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Mis señas soy yo

Lina María González

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Carros, gente saliendo, entrando, pito, pito, puerta abre, puerta cierra, una voz robótica que avisa en cuál estación va a parar, el zumbido permanente del bus andando. Mucho ruido, cansancio, todos los que están montados en ese Transmilenio sienten fastidio. Excepto uno. 

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Es un hombre de baja estatura, camisa blanca y en la mano lleva unos chicles en tarro. Mueve sus manos con gestos para saludar y presentarse con su seña. Por más ruido que haya, él lo siente así            . Le entrega a cada uno de los pasajeros un trozo de papel.

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“No puedo hablar y oír. Estoy limitado para trabajar. Cómpreme un chicle. Dios lo bendiga”, se lee en el papel.

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¿Qué más quiere decir ese hombre? Nadie puede saber más de él. Es casi como si no habláramos el mismo idioma, como si fuera un extranjero. La barrera invisible de nuestra comunicación nos deja sin luz sobre el pasado y el destino de él.

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Según el INSOR (Instituto Nacional para Sordos), una de las mayores situaciones de rechazo cotidiano para los sordos es la búsqueda de trabajo y, a causa de esto, sus ingresos están entre 0 y 400 mil pesos colombianos al mes. Este hombre es parte del 60% de las personas que se pueden comunicar en lengua de señas. Las personas sordas también tienen como formas de expresión el español escrito, español oral y señas naturales.

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Ángela (se le va a llamar así para proteger su identidad) emplea la última, es decir, habla a partir de gestos que se acuerdan con sus cercanos para expresarse y no la lengua de señas estándar de Colombia. Este tipo de comunicación se emplea cuando una persona no ha recibido una atención adecuada respecto a sus necesidades educacionales y de lenguaje.

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En las noches, llama a su hija Alejandra y se ven a través de sus pantallas. Ambas son sordas, Alejandra sabe lengua de señas y algo le ha podido transmitir a su mamá. La intérprete que las acompaña afirma que la mayor parte de lo que dice se entiende por el contexto, y en ocasiones, la hija le explica a la intérprete lo que su madre le quiere decir.

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Algunos sonidos inconscientes e incomprensibles            salen de su garganta cuando le cuenta a su hija lo que ha pasado en el día. Las dificultades de esta mujer se encuentran desde poderle decir a su otro hijo que se porte bien hasta conseguir un trabajo estable cuando su posibilidad de comunicación es casi que nula.

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Los padres de Ángela pudieron enseñarle lengua de señas en su infancia, pero no pasó. Pudo haber tenido educación especial para poder aprender cómo comunicarse. Se pudieron haber tomado muchas decisiones que hubieran cambiado la vida de esta mujer, pero, por desinformación, ignorancia e incluso circunstancias de la vida, no se tomaron y eso desembocó en el crecimiento de una mujer que no tiene un desarrollo profundo de su personalidad al no poder expresar sus sentimientos y pensamientos por esta falta de aprendizaje del lenguaje.

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El ‘cole’ para los sordos

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“¿Qué hace falta para que haya más inclusión en los colegios?, pues que haya más niños sordos. Entender que hay diversidad”, concluye Victoria Olmos, rectora del Colegio Ical, especializado para sordos.

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Cerca de ella, hay unos niños jugando. Corren, se pasan la pelota, llegando a una pared donde está la profesora. Ella eleva sus brazos y, en vez de exclamarles: “¡Muy bien, lo hiciste excelente!”, hace señas que parecen emocionarlos y animarlos a seguir.

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Al otro lado del patio, una de las tres niñas sentadas en el pasto mira a su amiga y hace señas contándole que vio a un chico darse un beso con una de sus compañeras. Chismean a través de señas mientras comen su lonchera.   

Y suena el timbre. No, mejor dicho, alumbra.

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En las esquinas de los edificios, unas luces medianas se iluminan de color azul y los niños recogen sus cosas y, casi que, con tristeza, vuelven a sus salones.

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Los puestos están organizados en forma de U y, por mucho, son diez estudiantes por salón. Cada uno en su puesto tiene su nombre escrito y la seña que los identifica (los sordos tienen su propia seña que es diferente a su nombre. Esta es única e irrepetible). Llevan puestos audífonos para la audición, otros una especie de implante circular puesto en una esquina de su cabeza o simplemente se comunican en lengua de señas.

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¿Qué curso es este? Entre tercero y quinto, cuenta la profesora de matemáticas, es multigrado y se basa en las habilidades de aprendizaje y comunicación de los estudiantes.

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No hay una forma idéntica de aprender a comunicarse entre sordos. Algunos fueron a terapias de lenguaje y tienen la capacidad de poder pronunciar palabras y leer los labios; también están los casos que no tuvieron contacto con la expresión de lengua de señas hasta que entraron al colegio e, incluso, están esos pocos casos —teniendo en cuenta que el 90% de los sordos del mundo nacen con padres oyentes, según Pablo Castro, académico de la Universidad Católica de Chile— en el que los niños tienen padres sordos y, por lo tanto, mayor ventaja para desenvolverse en lengua de señas.

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Los chicos y chicas intentan acertar a la respuesta correcta de cuál es el perímetro. Mueven sus manos con señas que vuelan una tras otra, gritan y sienten alegría cuando la profesora les da la razón después de la explicación. 

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Idealmente, los sordos deben estar expuestos a la lengua de señas desde una edad muy temprana para que puedan seguir el mismo proceso de adquisición del lenguaje que un oyente y estar a la par de expresión.

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En las personas sordas, de acuerdo con artículos académicos de la Sociedad Española de Otorrinolaringología (SEORL), es más probable que a los seis años empiecen a aprender lengua de señas. Lo contradictorio es que la etapa principal para que cualquier niño aprenda a comunicarse (ya sea verbal o gestualmente) es desde el nacimiento hasta esa edad. Mientras un niño oyente a los seis ya habla sin parar, el sordo da pasos tímidos hacia encontrar su voz en las manos.

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Así ha sido la vida de Santiago, un adolescente de sonrisa amplia y de contextura fornida, que ha tenido una vida muy diferente de lo que delimitan los expertos.

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Había aprendido a decir algunas palabras porque colocaba sus manos de niño en las mandíbulas de su papá y mamá para sentir la vibración y solo hasta que cumplió nueve años, detectaron que era sordo. A partir de ahí, todo empezó a tomar sentido: por qué era tan callado, por qué se le dificultaba tanto adaptarse al jardín, por qué su hermano lo protegía tanto. No se sentía diferente hasta que se dio cuenta que todos podían escuchar, menos él.

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Mira y escucha desde su testimonio cuando fue consciente de que era sordo

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Empezó a asistir a un colegio especializado en sordos y ahí se comunicaba en lengua de señas. Ahora, va en sexto grado y enfáticamente quiere ir a la universidad. Tal vez se pensará leyendo esto: “Qué bien que se dieron cuenta para tomar acción y todo se solucionó”, pero dentro de cada historia feliz, siempre hay esos matices que lo regresan a la realidad.

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Los problemas clásicos (aunque no menores) de la adolescencia se ven potencializados y son pruebas del día a día de él: mi papá no me entiende, quiero caerle la chica que me gusta y anhelo tener amigos.

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“Muchas veces no puedo hablar bien con mi papá, porque no sabe lo que estoy diciendo. No habla lengua de señas y no nos entendemos”, comenta Santiago con sus manos gruesas sobre la relación con sus padres. De hecho, una realidad común de la vida de las personas sordas es que sus padres (por decisión propia) no aprenden esta forma de comunicación y frente a eso, la Fundación Saldarrianga Concha, organización sin ánimo de lucro que busca la inclusión de los sordos en la sociedad, afirma que “puede ocasionar que [la persona sorda] no encuentre el soporte que necesita en su día a día, debido a que no puede comunicarse efectivamente con sus padres”.

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Fuera de entrevista, Santiago cuenta que tiene novia. Es sorda y llevan cinco años de relación. Dice que le gusta más estar con una chica sorda que una oyente, porque es mucho más concreta y no es tan enredado llevar una relación, teniendo en cuenta que se expresa mejor con los gestos. Su entorno actual está conformado por sus amigos —que también hablan en lengua de señas — del colegio, que se han entendido por ser iguales.

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Los sordos siendo adultos

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¿Cómo poder aprender a leer si no escucho cómo suenan las palabras?, es la pregunta que se suele hacer un sordo, porque sin esta habilidad es mucho más difícil avanzar en la escala educacional.

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“La compresión. A mí lo que me interesa es que el niño comprenda, más que me diga las palabras”, explica Yenny Acosta, profesional en logogenia, práctica para enseñar a leer particularmente a personas sordas. Los ejercicios se basan primero en mostrarle al niño cómo se ve la palabra y que relacione los ‘dibujos’ de los caracteres con los objetos reales; después, que encuentre el sentido de frases simples a partir de repetición de la acción que indica la oración. Por ejemplo, “Dale el lápiz a tu amigo” y el niño lo hace. Finalmente, todo este compendio de palabras lo condensa en escribirlo correctamente, relacionarlo y unirlo con artículos y prefijos (que son de difícil comprensión porque no tienen un significado concreto en la lengua de señas).

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“Yo. Casa. Bogotá”, así se pondría literalmente lo que expresan las señas, pero se les enseña que gramaticalmente es mejor escribir: “yo vivo en una casa en Bogotá”.

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Ya teniendo estas bases, los infantes con sordera pueden avanzar hacia el bachillerato y la educación superior.

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Estadísticas del INSOR demuestran que la mayoría de sordos en Colombia llegan hasta la educación secundaria y que, de ahí en adelante, hay un techo que no los deja ascender.

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-Me quería inscribir en la Universidad de Antioquia, pero no podía acceder porque era sorda. Entonces fui a la Universidad Nacional y me dijeron “no, porque no tenemos intérprete y te tocaría pagarlo a ti misma”. Todas las respuestas eran “no, no, no” y dije “entonces, ¿qué voy a hacer?”- revive Katherine Fernández, sorda y licenciada en educación prescolar, sobre su búsqueda de una institución educativa que la recibiera.

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Se mudó de Medellín a Bogotá a estudiar en la Universidad Minuto de Dios, pero se dio cuenta que le salía muy costoso pagar un intérprete personal sumado con el costo del semestre y se retiró. Cada “no”, era una señal para ella de que encontraría el lugar indicado. Finalmente, llegó a la Universidad del Tolima, donde le dieron un intérprete gratis y un espacio donde ellos se iban a adaptar a ella y no al revés.

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“No fue fácil, tenía que luchar en la comunicación con mis compañeros, porque teníamos discusiones, argumentos y lenguas diferentes. Pero bueno, me gradué”, más que todo su comunicación era a partir de escribir o dramatizar excesivamente lo que intentaba decir.

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Las cervezas y rumbas de los viernes no eran el plan favorito de Katherine. Mejor estar en un cumpleaños o compartiendo en la cafetería, porque no podía experimentar esos momentos de la misma forma que sus compañeros oyentes y sentía que el hecho de que ninguno supiera lengua de señas, la dejaría relegada.

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Hace dos años consiguió el título y actualmente aporta un granito de arena cuando trabaja como modelo lingüístico, que es el ejemplo a seguir de los niños para soltarse y aceptarse como sordos. “Cuando soy modelo lingüístico, soy igual que el niño. Entonces el niño me ve y dice ‘ay, mira, hay alguien que es idéntico a mí y, como es igual, puedo aprender de esta persona’ y puede aprender de mis gestos”, explica sobre su labor siendo parte del proceso de apropiación de la lengua de señas en la identidad de los niños de prescolar.

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Ella quiere darle al mundo lo que le hubiera gustado cuando era niña y vivía en Chocó (su tierra natal): un espacio para desarrollarse integralmente y aceptarse y amarse como sorda.

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Como Katherine, hay muchos que apoyan desde otras labores. Óscar Carvajal, intérprete e hijo oyente de papás sordos, busca en cada una de las facetas de su vida hacerles honor a las realidades de personas como sus papás.

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Óscar aprendió lengua de señas con sus papás y español oral simultáneamente. En su casa se comunicaba con sus manos, en el colegio con palabras. Es muy normal para él que sus dinámicas familiares fueran así, pero la gente siempre le recalcaba lo curioso que era convivir de esta forma. 

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Recuerda que su proceso fue peculiar: “hasta una edad muy tardía, dos o tres años no quería ni hablar en señas ni en español oral. Entonces todo el mundo se quería comunicar conmigo y yo no”. Su hermana de a pocos le fue enseñando, y en otros espacios; avanzó en español.

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La Revista de Estudios de Lenguas de Señas aclara que las personas oyentes de papás sordos son personas bilingües, ya que viven los mismos problemas que oyentes que nacen en entornos donde se manejan dos idiomas orales. Tal como le sucedió a Óscar, el dominio del idioma y el desarrollo lingüístico ralentizado son comunes.

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Tanto Katherine como Óscar han encontrado una misión en esas experiencias que atravesaron sus vidas, porque, en el fondo, enseñar y hacer más inclusivo el mundo es el fin de su labor.

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¿Incluir? ¿Los sordos están fuera de lo que se comprende como sociedad? Muchas vidas han sido tocadas por una realidad a la que los oyentes no se han acoplado. Estas personas existen y no se han puesto a la vista fácilmente sus necesidades.

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El cambio de paradigma es esencial. Los sordos no son discapacitados, ni personas incomunicadas. Ellos no se deben adaptar, más bien, nosotros a ellos.

 

El mundo está en la hora de romper con esas dinámicas hegemónicas y reconstruirse pensando en un todo.  

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